ARQUITECTURA
La arquitectura barroca asumió unas formas más
dinámicas, con una exuberante decoración y un sentido escenográfico de las
formas y los volúmenes. Cobró relevancia la modulación del espacio, con
preferencia por las curvas cóncavas y convexas, poniendo
especial atención en los juegos ópticos y el punto de vista del espectador.
También cobró una gran importancia el urbanismo, debido a los monumentales
programas desarrollados por reyes y papas, con un concepto integrador de la
arquitectura y el paisaje que buscaba la recreación de un continuum espacial,
de la expansión de las formas hacia el infinito, como expresión de unos
elevados ideales, sean políticos o religiosos.
ITALIA
La principal modalidad constructiva de la arquitectura
barroca italiana fue la iglesia, que se convirtió en el máximo exponente
de la propaganda contrarreformista. Las iglesias barrocas italianas se
caracterizan por la abundancia de formas dinámicas, con predominio de las
curvas cóncavas y convexas, con fachadas ricamente decoradas y repletas de
esculturas, así como gran número de columnas, que a menudo se desprenden del
muro, y con interiores donde predominan igualmente la forma curva y una profusa
decoración. Entre sus diversas planimetrías destacó —especialmente entre
finales del siglo XVI y principios del XVII— el diseño en dos cuerpos, con dos frontones concéntricos
(curvo el exterior y triangular el interior), siguiendo el modelo de la fachada
de la Iglesia del Gesù de Giacomo della Porta.
Uno de sus primeros representantes fue Carlo Maderno, autor
de la fachada de San Pedro del Vaticano (1607-1612) —al que además
modificó la planta, pasando de la de cruz griega proyectada por Bramante a
una de cruz latina—, y la Iglesia de Santa Susana (1597-1603). Pero uno de
los mayores impulsores del nuevo estilo fue el arquitecto y escultor Gian
Lorenzo Bernini, el principal artífice de la Roma monumental que conocemos hoy
día: baldaquino de San Pedro (1624-1633) —donde aparece la columna
salomónica, posteriormente uno de los signos distintivos del Barroco—,
columnata de la Plaza de San Pedro (1656-1667), San Andrés del
Quirinal (1658-1670), Palacio Chigi-Odescalchi (1664-1667).
FRANCIA
Bajo los reinados de Luis XIII y Luis XIV, se
iniciaron una serie de construcciones de gran fastuosidad, que pretendían
mostrar la grandeza del monarca y el carácter sublime y divino de la monarquía
absolutista. Aunque en la arquitectura francesa se percibe cierta influencia de
la italiana, esta fue reinterpretada de una forma más sobria y equilibrada, más
fiel al clasicismo renacentista, por lo que el arte francés de la época se
suele denominar como clasicismo francés. Las primeras realizaciones de
relevancia corrieron a cargo de Jacques Lemercier (Iglesia de la
Sorbona, 1635) y François Mansart (Palacio de Maisons-Lafitte, 1624-1626; Iglesia
de Val-de-Grâce, 1645-1667). Posteriormente, los grandes programas áulicos se
centraron en la nueva fachada del Palacio del Louvre, de Louis Le Vau y Claude
Perrault(1667-1670) y, especialmente, en el Palacio de Versalles, de Le
Vau y Jules Hardouin-Mansart (1669-1685). De este último arquitecto
conviene también destacar la Iglesia de San Luis de los Inválidos (1678-1691),
así como el trazado de la Plaza Vendôme de París (1685-1708).
ESPAÑA
La
arquitectura de la primera mitad del siglo XVII acusó la herencia herreriana,
con una austeridad y simplicidad geométrica de influencia escurialense. Lo
barroco se fue introduciendo paulatinamente sobre todo en la recargada
decoración interior de iglesias y palacios, donde los retablos fueron
evolucionando hacia cotas de cada vez más elevada magnificencia. En este
período fue Juan Gómez de Mora la figura más destacada, siendo autor
de la Clerecía de Salamanca (1617), el Ayuntamiento (1644-1702)
y la Plaza Mayor de Madrid (1617-1619). Otros autores de la época
fueron: Alonso Carbonel, autor del Palacio del Buen Retiro (1630-1640); Pedro
Sánchez y Francisco Bautista, autores de la Colegiata de San Isidro de
Madrid (1620-1664).
Hacia mediados de siglo fueron ganando terreno las formas más
ricas y los volúmenes más libres y dinámicos, con decoraciones naturalistas
(guirnaldas, cartelas vegetales) o de formas abstractas (molduras y baquetones
recortados, generalmente de forma mixtilínea). En esta época conviene recordar
los nombres de Pedro de la Torre, José de Villarreal, José del
Olmo, Sebastián Herrera Barnuevo y, especialmente, Alonso Cano,
autor de la fachada de la Catedral de Granada (1667).
ESCULTURAS
La escultura barroca adquirió el mismo carácter
dinámico, sinuoso, expresivo, ornamental, que la arquitectura —con la que
llegará a una perfecta simbiosis sobre todo en edificios religiosos—, destacando
el movimiento y la expresión, partiendo de una base naturalista pero deformada
a capricho del artista. La evolución de la escultura no fue uniforme en todos
los países, ya que en ámbitos como España y Alemania, donde el arte gótico había
tenido mucho asentamiento —especialmente en la imaginería religiosa—,
aún pervivían ciertas formas estilísticas de la tradición local, mientras que
en países donde el Renacimiento había supuesto la implantación de las formas
clásicas (Italia y Francia) la perduración de estas es más acentuada. Por
temática, junto a la religiosa tuvo bastante importancia la mitológica, sobre
todo en palacios, fuentes y jardines.
En Italia destacó nuevamente Gian Lorenzo Bernini,
escultor de formación aunque trabajase como arquitecto por encargo de varios
papas. Influido por la escultura helenística —que en Roma podía
estudiar a la perfección gracias a las colecciones arqueológicas papales—,
logró una gran maestría en la expresión del movimiento, en la fijación de la
acción parada en el tiempo. Fue autor de obras tan relevantes como Eneas,
Anquises y Ascanio huyendo de Troya (1618-1619), El rapto de
Proserpina (1621-1622), Apolo y Dafne (1622-1625), David
lanzando su honda (1623-1624), el Sepulcro de Urbano VIII (1628-1647), Éxtasis
de Santa Teresa (1644-1652), la Fuente de los Cuatro Ríos en Piazza
Navona (1648-1651) y Muerte de la beata Ludovica Albertoni (1671-1674).
En Francia la escultura fue heredera del clasicismo
renacentista, con preeminencia del aspecto decorativo y cortesano, y de la
temática mitológica. Jacques Sarrazin se formó en Roma, donde estudió
la escultura clásica y la obra de Miguel Ángel, cuya influencia se
trasluce en sus Cariátides del Pavillon de l'Horloge del Louvre
(1636). François Girardon trabajó en la decoración de Versalles, y es
recordado por su Mausoleo del Cardenal Richelieu (1675-1694) y
por el grupo de Apolo y las Ninfas de Versalles (1666-1675),
inspirado en el Apolo de Belvedere de Leócares (circa 330 a. C.-300 a. C.). Antoine
Coysevox también participó en el proyecto versallesco, y entre su
producción destaca la Glorificación de Luis XIV en el Salón de la
Guerra de Versalles (1678) y el Mausoleo de Mazarino (1689-1693).
PINTURAS
La pintura barroca tuvo un marcado acento
diferenciador geográfico, ya que su desarrollo se produjo por países, en
diversas escuelas nacionales cada una con un sello distintivo. Sin embargo, se
percibe una influencia común proveniente nuevamente de Italia, donde surgieron dos
tendencias contrapuestas: el naturalismo (también llamado caravagismo),
basado en la imitación de la realidad natural, con cierto gusto por el claroscuro —el
llamado tenebrismo—; y el clasicismo, que es igual de realista pero
con un concepto de la realidad más intelectual e idealizado. Posteriormente, en
el llamado «pleno barroco» (segunda mitad del siglo XVII), la pintura
evolucionó a un estilo más decorativo, con predominio de la pintura mural y
cierta predilección por los efectos ópticos (trompe-l'oeil) y las escenografías
lujosas y exuberantes.
ITALIA
Como hemos visto, en un primer lugar surgieron dos tendencias
contrapuestas, naturalismo y clasicismo. La primera tuvo su máximo exponente en Caravaggio,
un artista original y de vida azarosa que, pese a su prematura muerte, dejó
numerosas obras maestras en las que se sintetizan la descripción minuciosa de
la realidad y el tratamiento casi vulgar de los personajes con una visión no
exenta de reflexión intelectual. Igualmente fue introductor del tenebrismo,
donde los personajes destacan sobre un fondo oscuro, con una iluminación
artificial y dirigida, de efecto teatral, que hace resaltar los objetos y los
gestos y actitudes de los personajes. Entre las obras de Caravaggio destacan: Crucifixión
de San Pedro (1601), La vocación de San Mateo (1602), Entierro
de Cristo (1604), etc. Otros artistas naturalistas fueron: Bartolomeo
Manfredi, Carlo Saraceni, Giovanni Battista Caracciolo y Orazio y Artemisia
Gentileschi.
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