miércoles, 19 de noviembre de 2014

ARQUITECTURA, PINTURA Y ESCULTURA

Arquitectura
Los historiadores de la arquitectura han tendido a sugerir, cuando no a afirmar, que hubo un choque claramente definido entre modos “realistas” y “no realistas” de arquitectura durante el periodo del siglo XIX, así como a considerar la perspectiva realista como la precursora de un origen arquitectónico moderno en el siglo XX. La arquitectura realista tiene como misión reproducir lo que es la realidad. Se puede suponer que cualquier “buena” arquitectura sería “realista”, y el realismo se convierte así en una categoría vacía. O se puede suponer que la noción de realismo en la arquitectura se encuentra de algún modo relacionada con la revelación de su propósito por parte de un edificio. Al final del siglo XIX, las cualidades, estructuras y actitudes del estilo realista habían empezado a descomponerse como unidad integral. Algunas de sus características empiezan a adquirir significados o implicaciones radicalmente diferentes. Por otra parte, ciertas cualidades implícitas en una manifestación del realismo, como es el impresionismo, se desarrollaron llegando a configurar en estilo artístico en el que la voluntad adquirida del individuo eclipsaba casi completamente el papel de la naturaleza.


Pintura
Nuevo sentido práctico de la vida.
Frente al exaltado idealismo romántico los artistas defienden a la realidad concreta como auténtico fundamento del arte.
Los artistas toman conciencia de los problemas que afectan a las clases obreras: la pintura se carga de contenido social.
El carácter polémico y de crítica social de muchas de estas pinturas hace que los artistas se aparten del llamado arte oficial propugnado por las Academias.
Desde el punto de vista técnico, el realismo no introduce novedades sino que revitaliza la técnica de los grandes maestros barrocos, especialmente de los españoles. El realismo barroco, en cuanto al estudio de la luz y de las calidades, vuelve a tener vigencia.
La pincelada es firme, el contorno preciso.
Su desarrollo está íntimamente unido al desarrollo del socialismo en política y del naturalismo en literatura.
Reacciona contra los grandes temas mitológicos, históricos, religiosos, heroicos, que habían sido tratados con apasionamiento en el romanticismo.
Se utilizan nuevos temas, especialmente los que se refieren a los problemas de la sociedad contemporánea con lo que la pintura adquiere, en muchas ocasiones, un carácter de denuncia político-social.
Los personajes son tomados preferentemente de las clases sociales menos favorecidas: campesinos, obreros, emigrantes; es el mundo del trabajo en toda su miseria.
Los temas tradicionales son tratados con todo realismo y objetividad: paisajes tomados del natural, hechos históricos del pasado o contemporáneos.

Escultura
es la escultura que puede asociarse al movimiento artístico denominado realismo (realismo literario, realismo pictórico) que aparece en Francia, hacia el siglo XIX.
No debe confundirse con la escultura que sigue las convenciones del realismo en las artes, que se da en cualquier época de la historia de la escultura.
La escultura de la segunda mitad del siglo XIX ocupa un momento posterior a la escultura del romanticismo o escultura romántica (François Rude) y anterior a la escultura impresionista o escultura del impresionismo (Auguste Rodin); aunque en realidad la producción escultórica de toda la época está dominada por los convencionalismos academicistas de la escultura neoclásica.
El mayor coste económico de la escultura con respecto a la pintura explica que los escultores no tuvieran tanta libertad artística como los pintores contemporáneos, que podían confiar en acudir al mercado del arte después de haber realizado sus obras. Los escultores no podían desarrollar tanta iniciativa, y debían someterse de un modo mucho más directo a los encargos de los comitentes, fueran institucionales o privados; que habitualmente mostraban un conservadurismo (tanto estético como político y social) mucho mayor que el de la clientela de los pintores o sus marchantes. En esta época ya no era el clero ni la monarquía absoluta el principal mecenas del arte; sino la burguesía enriquecida por el capitalismo industrial y financiero de la revolución industrial, que también había proporcionado mejoras técnicas en las fundiciones, y los nuevos estados liberales en pleno proceso de construcción nacional, para el que los monumentos públicos y memoriales tenían un destacadísimo papel, incluso superior al reservado a la pintura de historia (que por razones obvias, se limitaba a los espacios interiores). Se ha llegado a describir el periodo como una fiebre de piedra en referencia a las edificaciones y esculturas.


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